Capítulo IV. La Pintada
Levanté mis ojos apartándolos de la pantalla de la PSP que descansaba sobre mis manos y pude leer lo siguiente: “VASTA DE INJUSTISIA, TODOS SOMO UMANO”. Alguien había escrito en letras mayúsculas negras e inmensas aquel mensaje sobre la fea pared de ladrillo junto a la entrada de mi casa. Hasta yo, que tenía sólo doce años, sabía que “Humano” se escribía con hache y que el autor o autora de aquella extensa “obra de arte” no tenía muchas nociones de ortografía castellana o al menos debía ponerse al día en este sentido. Había casi tantas faltas ortográficas como palabras contenía la frase. Ahora me estaba dando cuenta de que las clases de Don Julio, el profe de lengua, servían para algo además de para hacer avioncitos de papel con mensajes secretos.
Levanté mis ojos apartándolos de la pantalla de la PSP que descansaba sobre mis manos y pude leer lo siguiente: “VASTA DE INJUSTISIA, TODOS SOMO UMANO”. Alguien había escrito en letras mayúsculas negras e inmensas aquel mensaje sobre la fea pared de ladrillo junto a la entrada de mi casa. Hasta yo, que tenía sólo doce años, sabía que “Humano” se escribía con hache y que el autor o autora de aquella extensa “obra de arte” no tenía muchas nociones de ortografía castellana o al menos debía ponerse al día en este sentido. Había casi tantas faltas ortográficas como palabras contenía la frase. Ahora me estaba dando cuenta de que las clases de Don Julio, el profe de lengua, servían para algo además de para hacer avioncitos de papel con mensajes secretos.
Pero no fue aquello lo que llamó mi atención realmente en esa pared enladrillada. fue la pintada que había justo a la derecha de la primera, sí, la que estaba repleta de faltas y suponía un insulto para la ortografía castellana (digamos que nadie es perfecto, no?...o lo importante es el contenido y no el continente). Se podía distinguir una frase no menos impactante que venía a decir: “Te voy a matar. Antonia”.
No me lo podía creer. Mi cara parecía un poema y era como si hubiera visto pasar un fantasma. Mi PSP estuvo a punto de ir a parar al suelo de la impresión que me causó aquel claro mensaje en la pared. Afortunadamente pude evitar el desastre y la sostuve con ambas manos para que siguiera intacta y preservara su capacidad de proporcionarme grandes dosis felicidad en los momentos de mayor aburrimiento del día. Mi PSP estaba a salvo. Pero ahora lo que me importaba era la pintada. Parecía como una película de miedo. Esto era justo lo que pasaba antes de que el malo empezara a asesinar a gente, niños incluidos, sin ninguna razón lógica o sentido. Me refiero a las razones que conoces justo al final de la película o te quedas sin entender para siempre si no has prestado la suficiente atención. Pues era algo parecido. Era como una peli de miedo, de las que no veríamos a solas y menos aún a partir de las diez de la noche. De las pelis con las que luego soñamos. ¡Qué miedo!
Pues eso, me había quedado helado. No vivían muchas Antonias por el barrio y no había que ser muy listo para darse cuenta de que la Antonia de la pintada era mi tía en cuestión. También me enfadé mucho con quien hubiera escrito aquello, que, aunque no sabia quien era y no había cometido ninguna falta de ortografía -eso era lo de menos en este momento-pensé, había escrito algo muy feo y que no me gustaba nada. Me sentí muy mal -¿No se daba cuenta de que yo era un niño y también vivía allí?¿De que en cuanto llegara del colegio a mi casa iba a ver aquello escrito en la pared y me iba a “cagar” de miedo?¿Es que la gente no pensaba en nosotros, los más pequeños?- me pregunté resignado. Estaba claro que el grafitero o la grafitera no había tenido en cuenta que los niños somos pequeños seres muy sensibles.
Pues eso, me había quedado helado. No vivían muchas Antonias por el barrio y no había que ser muy listo para darse cuenta de que la Antonia de la pintada era mi tía en cuestión. También me enfadé mucho con quien hubiera escrito aquello, que, aunque no sabia quien era y no había cometido ninguna falta de ortografía -eso era lo de menos en este momento-pensé, había escrito algo muy feo y que no me gustaba nada. Me sentí muy mal -¿No se daba cuenta de que yo era un niño y también vivía allí?¿De que en cuanto llegara del colegio a mi casa iba a ver aquello escrito en la pared y me iba a “cagar” de miedo?¿Es que la gente no pensaba en nosotros, los más pequeños?- me pregunté resignado. Estaba claro que el grafitero o la grafitera no había tenido en cuenta que los niños somos pequeños seres muy sensibles.
Guardé mi consola con sumo cuidado en su funda dorada y me detuve a observar más de cerca la pintada. Miré, olí, releí, escudriñe y toqué detenidamente las letras e intenté estudiar más en profundidad aquel mensaje escrito en la pared. No sabía muy bien que buscar, así que empecé a mirar todo lo que se me ocurrió en ese momento a modo de CSI Tortuosa. Contenido y continente sólo me dieron pistas acerca de la posible profesión del autor o autora. Pensé que era médico, pues la letra era más bien complicada de entender. Mi tía me decía siempre que yo tenía letra de médico y que de mayor ya solamente me quedaba estudiar durante 6 años la carrera y unos más haciendo el MIR, pues la letra ya no me hacía falta cambiarla. Sinceramente, creo que se reía de mi, pues mi letra era más bien regular y en el cole, Don Julio siempre me ponía menos nota por mi deficiente caligrafía. Bueno, supongo que eso lo hacía para motivarme y que fuera mejorando con el tiempo...o por lo menos eso espero. La cuestión era que, a pesar de existir la posibilidad de estar ante un médico grafitero, también se podría tratar de un grafitero con un poco de prisa, pues si comparaba con la pintada de al lado, de letras negras y enormes, podía observar que la que nombraba a mi tía Antonia estaba mejor hecha pero más rápidamente, pues el trazo era claro y muy seguro, mientras que las letras grandes negras eran irregulares, con muchas manchas y muy inseguras. En definitiva, no tenía ni idea de quien había escrito aquello. Ahora el problema era cómo se lo iba a tomar mi tía cuando lo viera.
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