Capítulo V. Hoy no me puedo levantar
Amanece Tortuosa con cielos despejados y temprano, muy temprano. Como todas las mañanas, mi tía me acaricia suavemente con su brazo y susurra junto a mi oreja.
-¿Viento?...¿Viento?...venga Viento, que es hora de despertarse y de tomar tus cereales- mi tía, cariñosa, me vuelve a repetir.
-¿Ya?- digo yo siendo consciente de que es hora de levantarse para ir al cole, pero haciendo como que no me he enterado bien, para ganar unos minutillos más de cama. Claro está que a la tercera va la vencida y es cuando mi tía ya no es cariñosa ni nada parecido.
-¡¡VIENTO!!...levántate de una vez, vístete y baja a desayunar- ordena mi tía urgente para que aquello no se convierta en una rebelión matutina.
Me visto, bajo y desayuno, pues mi tía se encarga todos los días de llevarme al cole y luego acude a su trabajo. No le gusta llegar tarde, por lo que no hay tiempo que perder. Con tanta prisa no soy consciente de que esa mañana junto a mi casa, el número 21 de la calle Carlos Romero Martínez, famoso torero de Tortuosa, sigue existiendo una pintada que amenaza a mi tía Antonia con la muerte. Sólo soy consciente cuando salimos del portal y veo esas letras rojo sangre que dicen aquello tan feo que ya os conté...No me explico como he podido olvidarlo.
Lo curioso es que mi tía hizo como si en aquella pared no hubiera nada escrito. ¿Acaso era ciega? Está claro que lo que cantaba en aquel muro de ladrillo eran las faltas ortograficas de la pintada con letras negras: “VASTA DE INJUSTISIA, TODOS SOMO UMANO”. Pero al ladito justo estaba la otra, la que unía en la misma frase aquellas dos palabras clave: “matar” y “Antonia”. Me quedé tan sorprendido que no me dio tiempo a reaccionar ni a decir nada.
Uffffff. Otra vez clase de Lengua. No os podéis imaginar lo que me costaba aguantar la hora dedicada a sujetos, predicados, complementos y toda la pesca. Y lo peor de todo es que llevaba unos días vistiendo de rojo y no había ningún tipo de respuesta por parte de María. Se comportaba igual que siempre, no dejaba claras las cosas. Vamos, que ni caso. Allí me teníais mirando embobado por la ventana, al infinito, para ver si allí encontraba la señal que estaba esperando, la dirección en la que tenía que caminar. No sabía si tanto rojo en mi vida, por aquello de las camisetas, me estaba afectando al cerebro y no me dejaba pensar con claridad. Mientras meditaba, aparecieron unos donuts volando y cantando, surcando el cielo creando espirales que no tenían fin. Pienso que eran los efectos de la inanición. Desde hacía dos horas no probaba bocado y mis tripas ya empezaban a mandarles señales al mundo exterior. Era como un concierto de barriga y se lo estaba dedicando a todo el mundo. Al principio me daba vergüenza que me sonaran las tripas, pero una vez que te acostumbras, es cuestión de disfrutar de ese canto celestial que anuncia la llegada del recreo. Faltaban cinco minutos para el descanso de la mañana y se me estaban haciendo eternos.
José “El tornillo” era mi mejor amigo y esa mañana se empeño en averiguar que era lo que me pasaba. Era un tío que valía mucho.
-Viento, ¿qué te pasa que no comes apenas?- sólo me había comido un plátano y dos peras y, aunque pudiera parecer mucho, aún me quedaba por lo menos medio paquete de galletas, que estaba engullendo lenta y dolorosamente, casi por inercia.
-Uff, no sé- comencé, pues no sabía como decirle lo que sucedía.
-venga ya, cuéntame. Seguro que es por María ¿a que si?- Me preguntó sabiamente, como sólo los amigos saben hacer. El era mi mejor amigo y sabía que María me gustaba, así que no era difícil saber que ocurría. En mi caso si no era tema de comida, el problema era María.
-María no me hace caso, no sé, parece como si yo fuera alguien más, simplemente- confesé con resignación.
-Bueno, eso es normal. María no le hace caso a nadie, ella hace lo que le da la gana.
-Pero, creo que me escribió una carta de San Valentín, ¿por qué crees que visto siempre de rojo?- le informé.
-jajajajajajaja, así que es por eso- rió sonoramente- nosotros pensamos que tu tía mezcló ropa blanca y ropa de color, roja claro, jajajajaja-volvió a reir.
-Jolines, como sois, es que siempre estáis de cachondeo- le dije seriamente.
-bueno, no te enfades. ¿Seguro que la carta era de María?- Preguntó sembrando la duda en mi.
-Además, ¿sabes lo de la pintada? – intenté cambiar de tema.
-Qué pintada.
No sabía muy bien si era buena idea contarlo o no, pero como “el tornillo” era mi mejor amigo, pensé que lo suyo era que lo supiera. Le conté todo con lujo de detalles y en su ojos vi sorpresa y curiosidad al mismo tiempo. Quedamos para realizar algunas investigaciones por la tarde, una vez que hubiéramos acabado nuestras obligaciones de niños de doce años. Es decir, intentar escaquearnos de hacer los deberes y merendar como todos los días.
Jolines, ya no me acordaba que a la salida tenía que ir con mi tía Antonia a la estación de tren de Tortuosa a recoger a un amigo suyo. Ella me recogería en su coche como todo los días e iríamos a la estación. Este fin de semana íbamos a tener visita y me tenía que portar como un niño de doce años. Esto era lo que me había dicho mi tía, que a veces me tenía que recordar que no tenía 5 años, supongo por algunas travesurillas que no es cuestión de contarlas ahora.
Yo lo que tenía era hambre y estaba deseando recoger a Alex, el amigo de mi tía, para irnos a comer.
-¿A que hora llega Alex?- Le pregunté a mi tía.
-En media hora estará en Tortuosa- Respondió mi tía con aire alegre.
-Tengo hambre...y sed.
-Bueno, no te quejes, que cuando recojamos a Alex iremos a comer por ahí y podrás hartarte de cosas. Incluso podrás repetir postre- Me comentó con un tono reconciliador y pelota.
Parecía que a mi tía le interesaba que yo fuera un niño bueno, para que Alex se sintiera bien. Tal vez este Alex era algo más que un amigo para mi tía. Pasados unos eternos diez minuto, ya se podía leer, por fin, “Estación de Ferrocarril Roberto Torres Santamaría”. Mi estómago lo agradecía. Esta estación era inmensa en comparación al tamaño de tortuosa, que no era pequeña, pero tampoco grande. Supongo que pensaron que tortuosa iba a crecer mucho más de lo que efectivamente creció, como ocurrió con otros pueblos del litoral. Pero no fue así. Y su nombre es en honor de un filósofo famoso contemporáneo de la región, que postuló diversas teorías acerca del sentido de la vida o algo así. Yo aún no lo tengo muy claro. Esto es lo que cuenta mi tía, que tiene varios libros en la estantería. En definitiva, todo el mundo conoce a Roberto Torres el filósofo andaluz.
Ahora nos quedaba el numerito de aparcar. En parte me gustaba este momento, pues yo hacía de copiloto y ayudaba a mi tía a buscar un sitio. Me gustaba sentirme útil. Lo malo es que con la tripa vacía mi mente no funcionaba bien y casi se me nublaba la vista. Bueno, es una forma de hablar, pero con eso del hambre es que no me podía concentrar.
Bendito sea aquel señor de gafas de pasta rojas y un Hiunday Matrix negro que se marchaba de aquel, también bendito, sitio, ahora libre. Aparcamos y fuimos a esperar en “llegadas”. El tren traía diez minutos de retraso y yo pensé que por qué a mi me tenían que pasar estas cosas. Mi reino por unas ruffles jamón o un bocadillo de tortilla. Dios, pero que hambre tenía.
Allí estaba por fin. El amigo de mi tía había llegado. Parecía normal, nada del otro mundo. Pelo rizado, rubio y con un aire a David Bisbal. Espero que no cantara como el. Me van más Greenday y El Canto del Loco.
-¡Hola!- dijo mirando a mi tía con una sonrisa.
-¡Bienvenido!- respondió ella con cara de felicidad y dándole un fuerte abrazo.
-Alejandro García Murillo- me dijo, ofreciéndome su mano.
-Viento Núñez Pelayo- contesté orgulloso y sin demora, pues la comida esperaba.
Parece que por fin íbamos a comer. Con tanto lío ya casi había olvidado que había quedado con “el tornillo” para hacer unas averiguaciones. Espero que me diera tiempo.
Amanece Tortuosa con cielos despejados y temprano, muy temprano. Como todas las mañanas, mi tía me acaricia suavemente con su brazo y susurra junto a mi oreja.
-¿Viento?...¿Viento?...venga Viento, que es hora de despertarse y de tomar tus cereales- mi tía, cariñosa, me vuelve a repetir.
-¿Ya?- digo yo siendo consciente de que es hora de levantarse para ir al cole, pero haciendo como que no me he enterado bien, para ganar unos minutillos más de cama. Claro está que a la tercera va la vencida y es cuando mi tía ya no es cariñosa ni nada parecido.
-¡¡VIENTO!!...levántate de una vez, vístete y baja a desayunar- ordena mi tía urgente para que aquello no se convierta en una rebelión matutina.
Me visto, bajo y desayuno, pues mi tía se encarga todos los días de llevarme al cole y luego acude a su trabajo. No le gusta llegar tarde, por lo que no hay tiempo que perder. Con tanta prisa no soy consciente de que esa mañana junto a mi casa, el número 21 de la calle Carlos Romero Martínez, famoso torero de Tortuosa, sigue existiendo una pintada que amenaza a mi tía Antonia con la muerte. Sólo soy consciente cuando salimos del portal y veo esas letras rojo sangre que dicen aquello tan feo que ya os conté...No me explico como he podido olvidarlo.
Lo curioso es que mi tía hizo como si en aquella pared no hubiera nada escrito. ¿Acaso era ciega? Está claro que lo que cantaba en aquel muro de ladrillo eran las faltas ortograficas de la pintada con letras negras: “VASTA DE INJUSTISIA, TODOS SOMO UMANO”. Pero al ladito justo estaba la otra, la que unía en la misma frase aquellas dos palabras clave: “matar” y “Antonia”. Me quedé tan sorprendido que no me dio tiempo a reaccionar ni a decir nada.
Uffffff. Otra vez clase de Lengua. No os podéis imaginar lo que me costaba aguantar la hora dedicada a sujetos, predicados, complementos y toda la pesca. Y lo peor de todo es que llevaba unos días vistiendo de rojo y no había ningún tipo de respuesta por parte de María. Se comportaba igual que siempre, no dejaba claras las cosas. Vamos, que ni caso. Allí me teníais mirando embobado por la ventana, al infinito, para ver si allí encontraba la señal que estaba esperando, la dirección en la que tenía que caminar. No sabía si tanto rojo en mi vida, por aquello de las camisetas, me estaba afectando al cerebro y no me dejaba pensar con claridad. Mientras meditaba, aparecieron unos donuts volando y cantando, surcando el cielo creando espirales que no tenían fin. Pienso que eran los efectos de la inanición. Desde hacía dos horas no probaba bocado y mis tripas ya empezaban a mandarles señales al mundo exterior. Era como un concierto de barriga y se lo estaba dedicando a todo el mundo. Al principio me daba vergüenza que me sonaran las tripas, pero una vez que te acostumbras, es cuestión de disfrutar de ese canto celestial que anuncia la llegada del recreo. Faltaban cinco minutos para el descanso de la mañana y se me estaban haciendo eternos.
José “El tornillo” era mi mejor amigo y esa mañana se empeño en averiguar que era lo que me pasaba. Era un tío que valía mucho.
-Viento, ¿qué te pasa que no comes apenas?- sólo me había comido un plátano y dos peras y, aunque pudiera parecer mucho, aún me quedaba por lo menos medio paquete de galletas, que estaba engullendo lenta y dolorosamente, casi por inercia.
-Uff, no sé- comencé, pues no sabía como decirle lo que sucedía.
-venga ya, cuéntame. Seguro que es por María ¿a que si?- Me preguntó sabiamente, como sólo los amigos saben hacer. El era mi mejor amigo y sabía que María me gustaba, así que no era difícil saber que ocurría. En mi caso si no era tema de comida, el problema era María.
-María no me hace caso, no sé, parece como si yo fuera alguien más, simplemente- confesé con resignación.
-Bueno, eso es normal. María no le hace caso a nadie, ella hace lo que le da la gana.
-Pero, creo que me escribió una carta de San Valentín, ¿por qué crees que visto siempre de rojo?- le informé.
-jajajajajajaja, así que es por eso- rió sonoramente- nosotros pensamos que tu tía mezcló ropa blanca y ropa de color, roja claro, jajajajaja-volvió a reir.
-Jolines, como sois, es que siempre estáis de cachondeo- le dije seriamente.
-bueno, no te enfades. ¿Seguro que la carta era de María?- Preguntó sembrando la duda en mi.
-Además, ¿sabes lo de la pintada? – intenté cambiar de tema.
-Qué pintada.
No sabía muy bien si era buena idea contarlo o no, pero como “el tornillo” era mi mejor amigo, pensé que lo suyo era que lo supiera. Le conté todo con lujo de detalles y en su ojos vi sorpresa y curiosidad al mismo tiempo. Quedamos para realizar algunas investigaciones por la tarde, una vez que hubiéramos acabado nuestras obligaciones de niños de doce años. Es decir, intentar escaquearnos de hacer los deberes y merendar como todos los días.
Jolines, ya no me acordaba que a la salida tenía que ir con mi tía Antonia a la estación de tren de Tortuosa a recoger a un amigo suyo. Ella me recogería en su coche como todo los días e iríamos a la estación. Este fin de semana íbamos a tener visita y me tenía que portar como un niño de doce años. Esto era lo que me había dicho mi tía, que a veces me tenía que recordar que no tenía 5 años, supongo por algunas travesurillas que no es cuestión de contarlas ahora.
Yo lo que tenía era hambre y estaba deseando recoger a Alex, el amigo de mi tía, para irnos a comer.
-¿A que hora llega Alex?- Le pregunté a mi tía.
-En media hora estará en Tortuosa- Respondió mi tía con aire alegre.
-Tengo hambre...y sed.
-Bueno, no te quejes, que cuando recojamos a Alex iremos a comer por ahí y podrás hartarte de cosas. Incluso podrás repetir postre- Me comentó con un tono reconciliador y pelota.
Parecía que a mi tía le interesaba que yo fuera un niño bueno, para que Alex se sintiera bien. Tal vez este Alex era algo más que un amigo para mi tía. Pasados unos eternos diez minuto, ya se podía leer, por fin, “Estación de Ferrocarril Roberto Torres Santamaría”. Mi estómago lo agradecía. Esta estación era inmensa en comparación al tamaño de tortuosa, que no era pequeña, pero tampoco grande. Supongo que pensaron que tortuosa iba a crecer mucho más de lo que efectivamente creció, como ocurrió con otros pueblos del litoral. Pero no fue así. Y su nombre es en honor de un filósofo famoso contemporáneo de la región, que postuló diversas teorías acerca del sentido de la vida o algo así. Yo aún no lo tengo muy claro. Esto es lo que cuenta mi tía, que tiene varios libros en la estantería. En definitiva, todo el mundo conoce a Roberto Torres el filósofo andaluz.
Ahora nos quedaba el numerito de aparcar. En parte me gustaba este momento, pues yo hacía de copiloto y ayudaba a mi tía a buscar un sitio. Me gustaba sentirme útil. Lo malo es que con la tripa vacía mi mente no funcionaba bien y casi se me nublaba la vista. Bueno, es una forma de hablar, pero con eso del hambre es que no me podía concentrar.
Bendito sea aquel señor de gafas de pasta rojas y un Hiunday Matrix negro que se marchaba de aquel, también bendito, sitio, ahora libre. Aparcamos y fuimos a esperar en “llegadas”. El tren traía diez minutos de retraso y yo pensé que por qué a mi me tenían que pasar estas cosas. Mi reino por unas ruffles jamón o un bocadillo de tortilla. Dios, pero que hambre tenía.
Allí estaba por fin. El amigo de mi tía había llegado. Parecía normal, nada del otro mundo. Pelo rizado, rubio y con un aire a David Bisbal. Espero que no cantara como el. Me van más Greenday y El Canto del Loco.
-¡Hola!- dijo mirando a mi tía con una sonrisa.
-¡Bienvenido!- respondió ella con cara de felicidad y dándole un fuerte abrazo.
-Alejandro García Murillo- me dijo, ofreciéndome su mano.
-Viento Núñez Pelayo- contesté orgulloso y sin demora, pues la comida esperaba.
Parece que por fin íbamos a comer. Con tanto lío ya casi había olvidado que había quedado con “el tornillo” para hacer unas averiguaciones. Espero que me diera tiempo.
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