lunes, 27 de abril de 2009

Capítulo III. San Valentín, Araceli y “el Manopla”

“Don Manuel de Alba” pude leer, no sin grandes dificultades, en aquellas letras situadas por encima de la puerta de entrada a mi colegio. Así se llamaba el lugar al que no me quedaba más remedio que acudir todos los días entre semana. Se supone que ese tal Don Manuel de Alba fue uno de los escritores famosos que ha dado la ciudad de Tortuosa al mundo. Era uno de los dos colegios que había en la ciudad, el otro estaba al otro lado de nuestro gran pueblo y se llamaba Colegio Público Doctora Rocío Jiménez Fontana. Según dicen, era una famosa científica que había descubierto muchas cosas buenas y había llevado el nombre de Tortuosa hasta el último confín de España y media Europa. Desgraciadamente, a algún lumbreras se le había ocurrido que todos los niños y niñas de la ciudad teníamos que estar allí encerrados durante más de media semana, ni más ni menos, de lunes a viernes. Y lo peor no era eso. Lo que ya era para tirarse de los pelos era que había que estar allí a las ocho de la mañana. Si, habéis leído bien, a las ocho. A esa hora en la que cualquiera de nosotros, personas lógicas adultas y no adultas, desearía estar soñando con que nos estamos comiendo un gran helado de chocolate o de cualquier otro sabor cremoso y calórico.

Yo, apenas podía mantener abiertos los ojos frente a aquel sol cegador. Si, ya sé que eran sólo las ocho de la mañana y el sol por mucho que yo quiera no podía ser muy cegador, pero mis párpados no tenían fuerzas para mantenerse en todo lo alto y no les quedaba más remedio que sucumbir ante mi matutino sueño infinito. Tan sólo vivir con el consuelo de aquellas galletas rellenas de chocolate, que la generosa de mi tía había depositado en mi mochila la noche anterior, para aliviar mi pena por tener que ir al cole. Se supone que me las tenía que comer en el desayuno, pero yo casi me había comido ya la mitad del paquete. Siete eran las galletas que habían sufrido la ira de mi estómago y estaban ya en él, a pesar de que aún no había cruzado el umbral de la puerta de aquel centro educativo.
-¿Me das una?- me dijo Araceli con voz confiada y alegre. Era una amiga y compañera de clase. Ambos habíamos recorrido juntos el largo camino que nos había llevado hasta primero B de ESO. No había sido fácil, pero no por ello menos divertido. Araceli o “La Lupas”, como la llamaba la gente y como acabamos llamándola todos en el patio de la escuela, se enfrentaba, como yo, a la difícil tarea de comenzar un día de cole. Se escondía tras unas pequeñas gafas azules, que tapaban sus bonitos ojos marrones y siempre llevaba vestidos, nunca pantalones. Supongo que su madre tenía mucho que ver. Ariadna Blanco o lo que es lo mismo la madre de Araceli, para entendernos, era una señora que siempre iba muy arreglada, luciendo sus permanentes zapatos de eterno tacón, ya estuviéramos en verano o invierno, en la playa, en la ciudad o en la montaña. Para ella, parecía, todos los días eran como pasa en fin de año, pues nunca la vi repetir un modelo vistiendo. Menudo armario que debía tener aquella mujer.
Como he dicho, el rostro de “La Lupas” siempre estaba decorado por unas gafas azules y eran pocos los que habían visto su cara libre de lentes. Yo me encontraba entre uno de los elegidos, era muy guapa.
-Toma, ¡Qué aproveche!- le dije mientras le ofrecía el paquete para que ella misma se sirviera. Yo era glotón, pero “La Lupas” me caía bien y lo menos que podía hacer por ella era compartir alguna que otra galleta.
-Muchas gracias- me dijo haciéndome un cómplice guiño.
-¡Qué sueño tengo!- le dije cerrando los ojos lentamente, mientras hacia un gesto como si estuviera a punto de dormirme.
-Ufff...a mi me lo vas a contar- Respondió sincera y con resignación- Ayer estuve hasta las tantas viendo la final de Operación Triunfo para acabar quedándome dormida cuando dijeron quien había ganado...- añadió encogiéndose de hombros- ¡vaya faena!
***
Abrí los ojos y vi como aquella nube navegaba velozmente por el cielo azul de Tortuosa. Eran las cuatro de la tarde y me había ido con Araceli “La Lupas” y Jesús “El Manopla” a curiosear por aquella nave comercial abandonada. Pudimos ver, justo antes de llegar lo que había quedado de un antiguo restaurante chino, que según cuentan vio acabar sus días de gloria gracias a una redada de la policía nacional. Parece ser que “La gran muralla VI” preparaba rollitos llenos de drogas de esas que dicen en la tele que son muy caras y muy malas para el cuerpo. Son como unos polvillos blancos que te hacen ser distinto y ver cosas extrañas.
Eran unas instalaciones situada cerca de nuestro barrio, en el sudoeste de la ciudad. Se supone que en su día aquí se fabricaba y embotellaba una bebida que no tuvo mucho éxito. Se trataba de una antigua instalación comercial de una empresa de gaseosas ya desaparecida llamada “El Quinto Levanta”, famosa por sacar al mercado una bebida de extractos hecha a base de tagarnina. Era la Tagarcola. Yo no llegué a probarla. Mi tía Antonia me contó que no era nada del otro mundo, pero que se podía beber. Donde se ponga la coca cola...
Habíamos estado echando un vistazo y nos entró un poco de sueño, por aquello de haber tomado un almuerzo muy muy copioso, por lo menos en mi caso.
Yo me tumbé y en apenas un minuto, mis ojos se cerraron y empecé a soñar con mis cosas. Esta era otra de mis grandes habilidades, me quedaba dormido en cualquier sitio. Lo malo era que aún no controlaba el momento en el que el sueño se hacía dueño de mis actos. En resumen, que me dormía también cuando no debía o quería, por ejemplo durante las clases de Don Julio, el profe de lengua.

También fui el primero en despertar y como vi que los demás aún dormían, me puse a rebuscar en mis bolsillos en busca de algún entretenimiento. Noté que había un sobre en mi bolsillo izquierdo. Era la carta de San Valentín, que recibí la semana pasada, concretamente el viernes 13. Todos los años en el cole se celebra el día de San Valentín de un modo muy especial. Sí, ya se que el día de los enamorados es el 14 de febrero, pero como caía en sábado, pues en el cole se pasa al viernes para que los profes tengan la excusa de no hacer nada durante unas horas...no sé si eso es cierto, pero eso es lo que decía mi tía.
Yo estaba seguro de que aquella era la letra de María, pero para que me quedara claro tendría que hacer algunas averiguaciones. Sobre todo después de ver que Manolito, mi mayor enemigo, también había recibido carta de alguna admiradora. Yo no sé como alguien podía ver algo en Manolito. Era un ser despreciable, que no paraba de hacerme la vida imposible. La carta que tenía entre mis manos decía así:

“Querido Viento,

Te escrivo esta carta en este día de los enamorados para decirte que me caes muy bien y tu nombre es muy bonito. Me gusta verte en el colegio y cruzarme contigo en los pasillos y en el recreo. Espero que podamos quedar algún día para tomar un batido o algún elado y que yo también te guste.
Mis amigas dicen que yo te gusto también, pero yo quiero asegurarme antes de hacer nada, así que si te gusto quiero que me mandes alguna señal para que yo pueda saberlo. Tal vez podrías ponerte camiseta roja para decírmelo. Esa puede ser nuestra señal. Así que no lo olbides y mándame la señal de la camiseta roja para decirme que te gusto y entonces yo seré muy feliz y podremos estar juntos.

Muchos besos de tu admiradora secreta.”


Bueno, esa era la carta. Obviamente esa misma tarde estuve buscando camisetas rojas por toda mi casa y le pregunte a mi tía. Con una me hubiera bastado, pero mi tía tenía la absurda manía de obligarme a cambiarme de camiseta al menos cada 2 días. No entendía muy bien porqué, pues ¿qué más da un día más o menos? Hice el cálculo y necesitaba tener 2 o 3 camisetas para mandar mi mensaje. Mi tía tuvo que comprarme una camiseta roja para que dejara de recordárselo todos los días. No hay nada como ser pesado. Así que ahora mismo yo lucía una bonita y llamativa camiseta roja. La había heredado de mi tía, de cuando ella era más joven. Tenía un dibujo de una herramienta que usan para cortar el trigo en el campo y un martillo, que no sabía muy bien que significaba. Supongo que se trataba del logotipo de alguna empresa.

Mi camiseta roja y yo nos dirigimos al lugar donde dormía “el manopla”, Jesús para su familia y los profes del cole. Aproveché para verle bien de cerca sus manos. Era cierto en efecto que tenía una mano algo más grande que la otra. Al principio impresionaba, dado lo extenso de la leyenda urbana sobre el. Pero siendo sincero, no era para tanto. La gente a veces exagera y sólo por el hecho de una ligera variación en el tamaño de sus manos le empezaron a llamar “el manopla”, pobrecito. Lo odiaba, porque cada vez que se lo decían le recordaban ese pequeño defecto. Por lo demás era un tío legal y se podía contar con el. De todas formas, al final no le quedó más remedio que aceptar el mote que le había tocado y vivir con eso.

Lo que pasó allí esa tarde os lo contaré en otro momento...que ahora me ha entrado sueño otra vez y voy a dar una cabezadita.

No hay comentarios:

Publicar un comentario